Desde los albores de la historia, los anfibios han formado parte de la cultura humana. Los europeos occidentales encendían fuegos para cocinar y calentarse, añadiendo grandes troncos según las necesidades. Lo que surgía ocasionalmente era asombroso: grandes animales negros (que habían encontrado refugio en los troncos) con cuatro patas y cola, de color negro azabache con llamativas manchas amarillas brillantes. Se pensaba que estas salamandras de fuego eran producto del propio fuego o, como decía Aristóteles, capaces de extinguir el fuego. Se dice que Plinio el Viejo puso a prueba esta idea arrojando una salamandra a las llamas: ¡la salamandra murió! – Sin embargo, la asociación con el fuego persistió. Plinio perpetuó otras afirmaciones fantásticas, que se extendieron; incluso Leonardo da Vinci contribuyó a la leyenda, y los mitos de diferentes regiones se fusionaron: en un momento dado, se afirmó que el amianto era lana de salamandra. A las salamandras se les atribuyeron grandes poderes; se creía que una sola salamandra río arriba era suficiente para matar a un ejército. El rey Francisco I de Francia eligió una salamandra como emblema: un símbolo poderoso, nacido del fuego, lleno de veneno, inmune a las quemaduras e incluso capaz de apagar las llamas. Antes de la aparición de las grandes ciudades y aglomeraciones, la gente crecía rodeada de naturaleza. Las salamandras y los tritones, los sapos y las ranas formaban parte de la experiencia humana normal. Mitos como los que rodean a las salamandras de fuego eran habituales. Las brujas de Shakespeare se preparaban con un ojo de tritón y una cola de rana. Cuando éramos niños, criábamos renacuajos y nos enseñaban a estremecernos ante la aparición de una salamandra tigre en un sótano. En general, los anfibios se consideran benignos e inofensivos, incluso útiles como criaturas que devoran insectos dañinos y sirven de fuente de alimentación alternativa. Por eso, en la década de 1980, la mayoría de los biólogos y el público en general se sorprendieron al ver que los anfibios de todo el mundo estaban en declive y que corrían más riesgo de extinción como taxón que cualquier otro grupo de vertebrados. Un estudio de todas las especies de anfibios conocidas en 2004 mostró que del orden del 40% estaban en alto riesgo de extinción, y en 2008, el declive de los anfibios se consideraba una prueba de una inminente sexta extinción masiva.
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