Cuando un ciervo salta delante de su coche, la adrenalina es genial. Aumenta tu ritmo cardíaco, abre tus vasos sanguíneos e inunda tu cuerpo de azúcar y grasa para ayudarte a bloquear los frenos.
Desgraciadamente, la sociedad moderna ha convertido gran parte de la vida cotidiana en momentos que inducen al pánico, dice el doctor Redford Williams, director del Centro de Investigación de Medicina del Comportamiento de la Universidad de Duke.
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Muchos de nosotros experimentamos la adrenalina como un goteo constante espoleado por los plazos, las facturas y las obligaciones. Como resultado, nuestras venas se llenan de un exceso de grasas y azúcares que elevan la presión arterial y crean pequeños desgarros en nuestras arterias donde se puede formar la placa.
Aquí se explica cómo frenar las prisas.
Respira hondo
Cuando sientas que el pánico de bajo nivel se apodera de ti, recuérdate a ti mismo que estás haciendo todo lo que puedes para resolver el problema, dice el doctor Williams.
Haga esto: Inhale por la nariz durante tres segundos y luego exhale por la boca de tres a seis segundos. Repítelo hasta que te sientas tranquilo.
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Medita
Investigadores de Kent State descubrieron que las personas que hacían 2 ½ horas de meditación de atención plena cada semana (o unos 20 minutos al día) durante dos meses reducían su presión arterial sistólica en 4,8 mmHg y su presión arterial diastólica en 1,9 mmHg.
Haz esto: No tiene que sentarse con las piernas cruzadas en el suelo murmurando “ohm”. En su lugar, preste atención a su cuerpo y a su entorno inmediato, y su mente se despejará por sí sola.
Concéntrese en su respiración, en la silla en la que está sentado, en el tacto de sus dedos: tome conciencia de su cuerpo. Y reconoce cuando un pensamiento aparece en tu cabeza, pero no te detengas en él ni intentes resolver un problema. Deja que el pensamiento entre y salga.