“La educación es el arma más poderosa que se puede utilizar para cambiar el mundo”
Esta cita de Nelson Mandela es una de las más famosas sobre el valor de la educación. Pero, ¿por qué se hizo tan famosa esta cita y qué la hace tan conmovedora?
En vísperas de nuestra última Conferencia de los Colegios de Cambridge del ciclo 2018-19 sobre el tema “crear las condiciones para el éxito” en Ciudad del Cabo, es oportuno reflexionar sobre cómo el enfoque de Mandela sobre la educación puede inspirarnos a la hora de crear las condiciones para que nuestros alumnos tengan éxito.
En una vida de extremos, la educación fue una constante
Antes de su muerte en 2013 a la edad de 95 años, el ex presidente de Sudáfrica, llevó una vida extraordinaria. Desde 25 años de prisión, hasta convertirse en el primer presidente elegido democráticamente de su país y ganar conjuntamente el Premio Nobel de la Paz.
En su autobiografía de 1994, Long Walk to Freedom, Mandela describe cómo la educación entrelazó los diferentes acontecimientos de su vida.
Habla de la educación en lengua inglesa de estilo occidental que recibió en las escuelas de las misiones cuando era niño, y de cómo los sentimientos de insuficiencia que fomentó entre su pueblo dieron lugar a la ira e incluso a la revuelta social: “No era la falta de capacidad lo que limitaba a mi pueblo, sino la falta de oportunidades… Nos enseñaron que los mejores hombres eran ingleses”
A lo largo de su larga vida, e incluso en su encarcelamiento, Mandela se empeñó en seguir educándose, viendo el aprendizaje como una vía de escape de sus confines. Incluso unos días antes del juicio en el que podría haber sido condenado a muerte, estaba escribiendo documentos para su licenciatura en Derecho.
Incluso inspiró a sus compañeros de prisión a hacer lo mismo: “Por la noche, nuestro bloque de celdas parecía más una sala de estudio que una prisión… Robben Island era conocida como ‘la Universidad’ por lo que aprendíamos unos de otros”.
Limitaciones de la educación formal
Mandela, sin embargo, apreciaba las limitaciones de la educación formal. A pesar de que se licenció en Filosofía y Letras y posteriormente en Derecho, se dio cuenta de que no eran ni un pasaporte para el éxito profesional ni para la sabiduría. Sigue siendo humilde en cuanto a sus logros, y afirma que, a pesar de la falta de educación formal de otras personas, éstas podrían ser “superiores a mí en casi todas las esferas del conocimiento”.
Su humildad también influyó en su forma de pensar sobre la política y los derechos democráticos de sus conciudadanos: “Para una persona de mentalidad abierta, es difícil explicar que ser ‘educado’ no significa estar alfabetizado y tener una licenciatura, y que un hombre analfabeto puede ser un votante mucho más ‘educado’ que alguien con un título avanzado”.
La educación como estado de ánimo y del ser
Mandela comprendió la importancia de mantenerse en forma para mantener una salud mental positiva y empezó a correr a larga distancia cuando era un escolar. Decía que el ejercicio le daba “tranquilidad”: “He descubierto que trabajaba mejor y pensaba con más claridad cuando estaba en buenas condiciones físicas, por lo que el entrenamiento se convirtió en una de las disciplinas inflexibles de mi vida”.
Incluso durante los periodos de su vida en los que se escondía, tenía la costumbre de ponerse la ropa de correr y trotar en el lugar durante más de una hora.
Correr también le enseñó el valor del trabajo duro y la disciplina para alcanzar los objetivos, diciendo que en las carreras a campo traviesa, el entrenamiento contaba más que la habilidad innata y que podía compensar la falta de aptitud natural con diligencia y disciplina: “Lo aplicaba en todo lo que hacía. Incluso como estudiante, vi a muchos jóvenes que tenían una gran habilidad natural, pero que no tenían la autodisciplina y la paciencia para aprovechar su dotación”.
Durante sus años de encarcelamiento, se le permitió tener poco contacto con sus hijos y, sin embargo, en las cartas que les enviaba, “les instaba regularmente a hacer ejercicio… para alejar su mente de cualquier cosa que pudiera molestarles”.
Legado de la esperanza
El legado de Mandela sigue vivo de muchas maneras: a través de las políticas que aplicó, las fundaciones y organizaciones benéficas que creó y, para muchos, a través de las palabras que dijo y escribió.
Pero mientras nos preparamos para debatir en Ciudad del Cabo los factores cruciales que permiten a los niños prosperar y alcanzar su máximo potencial, todos podemos inspirarnos en su visión, sus valores y en cómo utilizó su educación y su actitud para hacer el bien en el mundo:
“La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es a través de la educación que la hija de un campesino puede convertirse en médico, que el hijo de un trabajador minero puede llegar a ser el jefe de una empresa; que un hijo de trabajadores agrícolas puede llegar a ser el presidente de una gran nación.Es lo que hacemos con lo que tenemos, no lo que nos dan, lo que separa a una persona de otra”.
Trabajo citado:
Mandela, N.R. (1994). Long Walk to Freedom. Londres:Abacus.