Lit Life
En una noche miserablemente lluviosa de junio de 1816, un grupo de amigos y amantes se acurrucó en torno a la chimenea de su villa alquilada cerca del lago de Ginebra, contando historias de fantasmas y desafiándose mutuamente a escribir sus propias historias aterradoras. De aquella velada surgió quizá la historia de terror más famosa de todos los tiempos: “Frankenstein”, publicado este mes hace 200 años.
Mary Shelley, autora de “Frankenstein”, no era ni mucho menos la escritora más famosa en torno a esa hoguera; en aquel momento era Mary Godwin, de 19 años, hija de la primera feminista y escritora Mary Wollstonecraft. Había adquirido notoriedad al huir al continente con el poeta Percy Bysshe Shelley, entonces casado, y tener un hijo con él. Él, Lord Byron, la hermanastra de Mary, Claire Clairmont (que se quedó embarazada de Byron ese verano) y el médico personal de Byron, John Polidari (que a su vez estaba enamorado de Mary), formaron esa complicada fiesta en casa. (Si todo esto suena como si debiera ser una película, tenga por seguro que pronto lo será: “Mary Shelley”, protagonizada por Elle Fanning en el papel principal, llegará a los cines a finales de este año.)
No está del todo claro qué, aparte de esa oscura noche, inspiró a la joven Mary Shelley a crear una historia de un monstruo viviente creado como un grotesco experimento científico por el joven Victor Frankenstein. Pero, en una introducción a una edición posterior de “Frankenstein”, escribió que la idea surgió en forma de un sueño despierto en el que “vi al pálido estudiante de artes profanas arrodillado junto a la cosa que había creado. Vi el horrible fantasma de un hombre estirado, y luego, al funcionar algún poderoso motor, mostrar señales de vida, y agitarse con un movimiento inquieto y medio vital.”
Su eventual libro, “Frankenstein; Or, The Modern Prometheus”, fue rechazado por dos editoriales antes de que Lackington’s, descrita por la biógrafa Charlotte Gordon como “una casa poco distinguida con una lista de escritores de poca monta”, aceptara una pequeña tirada, publicada el día de Año Nuevo de 1818. Los críticos se enfadaron con el libro, publicado de forma anónima, y tacharon a su autor de ateo. Aunque “Frankenstein” se reeditó dos veces en su vida (en 1822 y, muy revisado, en 1831), Mary Shelley nunca obtuvo derechos de autor por él.
Uno se pregunta qué pensaría Mary, si pudiera vernos ahora, de lo que fue su monstruo; la criatura de cabeza cuadrada de numerosas películas, disfraces de Halloween, risas (piense en “El jovencito Frankenstein”, una de las grandes comedias del cine) y pesadillas. Pero parece justo que prestemos algo de atención, en el aniversario del libro, a la creadora de ese monstruo, cuya historia de vida -y la de su madre- fue bellamente contada recientemente en el libro de Gordon “Romantic Outlaws: The Extraordinary Lives of Mary Wollstonecraft and Her Daughter Mary Shelley”, que cuenta la historia de las dos extraordinarias Marías (cuyas vidas sólo se solaparon 10 días). Gordon opta por dejar que sus historias se desarrollen no cronológicamente, sino una al lado de la otra en capítulos alternados; una elección audaz que nos permite ver cómo la vida de la hija reflejó la de su madre poco convencional.
También es una lectura fascinante, si quieres saber más sobre ese grupo alrededor del fuego: El libro de Daisy Hay de 2010 “Young Romantics: The Shelleys, Byron, and Other Tangled Lives” de Daisy Hay, una biografía de grupo especialmente buena para dar vida a la sombría figura de Claire. Y una nueva biografía exclusivamente sobre Mary Shelley, escrita por la poeta y crítica literaria británica Fiona Sampson, saldrá a la venta este verano en Pegasus Books: “En busca de Mary Shelley: La chica que escribió ‘Frankenstein’. ”
Si desea conocer el relato original de Shelley, Penguin Classics ha reeditado “Frankenstein: The 1818 Text” en rústica, con una nueva introducción de Gordon. Y Liveright Publishing ha publicado una atractiva edición de mesa de café de “The New Annotated Frankenstein”, con numerosas notas e ilustraciones. (En una de ellas, la Villa Diodati, donde comenzó “Frankenstein”, contempla el lago de Ginebra con tranquila dignidad; es evidente que esa casa, que sigue en pie, tiene historias que contar.)
Me sorprendió darme cuenta, cuando me enteré hace poco del aniversario, de que, aunque conozco bien la historia de Frankenstein, nunca había leído el libro de Shelley. Leerlo en la versión anotada es un lujo; las notas explican muchas cosas que de otro modo no estarían claras, y explican algunas diferencias en las distintas versiones del texto. Hay una complicidad de caja de rompecabezas en la narración, que se desarrolla en cartas y recuerdos de múltiples personajes (no como el “Drácula” de Bram Stoker, publicado unas siete décadas más tarde), y hay secciones que se sienten innegablemente lentas a los ojos contemporáneos.
Pero trate de no estremecerse al leer la descripción de Shelley de la criatura sin nombre (que, a diferencia de su encarnación popular, no se llama Frankenstein) al nacer, a la luz de una vela casi quemada. “Su piel amarilla apenas cubría el trabajo de los músculos y las arterias que había debajo; su pelo era de una carencia lustrosa, y fluido; sus dientes de una blancura nacarada; pero estas lujosidades sólo formaban un contraste más horrible con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las cuencas blancas y apagadas en las que estaban colocados, su tez arrugada y sus labios negros y rectos.” Lo leyó pensando en aquel adolescente, hace tiempo, en aquella noche oscura. El fuego que ardía en el hogar no era la única luz deslumbrante en aquella habitación.
El gran cineasta de terror Guillermo del Toro, en una introducción a la versión comentada, establece una comparación entre Mary Shelley y las hermanas Brontë (una de las cuales, Emily, nació hace 200 años este año). “Me encantaría viajar al pasado para contemplar la vida con estas notables mujeres”, escribe, “para oírlas hablar, para caminar a su lado en playas o páramos fríos y bajo cielos imposiblemente acerados”.”
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