Linfoceles pélvicos uni- vs. multiloculados: diferencias en el tratamiento de linfoceles pélvicos sintomáticos tras prostatectomía radical retropúbica abierta

Urología Clínica

Linfoceles pélvicos uni- vs. linfoceles pélvicos multiloculados: diferencias en el tratamiento de los linfoceles pélvicos sintomáticos después de la prostatectomía retropúbica radical abierta

Adrian Treiyer; Bjorn Haben; Eberhard Stark; Peter Breitling; Joachim Steffens

Departamento de Urología y Urología Pediátrica, St. Antonius Hospital, Eschweiler, Alemania

Correspondencia

ABSTRACT

Objetivo: Evaluar el tratamiento de los linfoceles pélvicos sintomáticos (LPS) tras realizar simultáneamente una prostatectomía radical retropúbica (PRP) y una linfadenectomía pélvica (LAP).
MATERIAL Y MÉTODOS: Se analizaron, en un estudio retrospectivo, 250 pacientes a los que se les realizó RRP con PLA simultáneamente. Sólo las pacientes con LPS fueron tratadas mediante diferentes procedimientos no invasivos como la aspiración percutánea, el drenaje percutáneo con catéter (DPC) con o sin escleroterapia, la linfocelectomía laparoscópica (LL) y la marsupialización abierta (OM).
RESULTADOS: Cincuenta y dos pacientes (21%) presentaron linfoceles pélvicos subclínicos postoperatorios. Treinta pacientes (12%) desarrollaron LPS. Quince pacientes con linfocele uniloculado no infectado (NUL) se curaron espontáneamente después de realizar la DPC. Los siete pacientes restantes necesitaron escleroterapia con doxiciclina adicional. Después de realizar la DPC, el NUL se curó mejor y más rápido que el linfocele multiloculado no infectado (NML) (tasa de éxito: 80% frente a 16%, respectivamente). El 27% de los pacientes tratados inicialmente con DPC, con o sin escleroterapia, tenían linfocele persistente. Todos los pacientes fueron tratados con éxito con LL. Sólo un paciente tuvo un absceso como complicación mayor de un LPS persistente después de la DPC y la escleroterapia y fue tratado mediante una laparotomía abierta.
CONCLUSIONES: La NUL sintomática puede ser tratada mediante CPD con o sin escleroterapia. Si esta terapia fracasa como tratamiento de primera línea, se debe considerar la linfocelectomía laparoscópica en un corto período de tiempo para lograr un tratamiento exitoso. La LNM debe tratarse por vía laparoscópica en los centros en los que se disponga de este tipo de experiencia. Los linfoceles infectados se drenan externamente. En estos casos, es preferible el drenaje externo percutáneo o abierto con una cobertura antibiótica adecuada.

Palabras clave: neoplasias prostáticas; prostatectomía; pelvis; ganglios linfáticos; linfoceles; laparoscopia

INTRODUCCIÓN

Un linfocele, también conocido como linfocisto, es una colección de líquido linfático que se produce como consecuencia de la disección quirúrgica y el cierre inadecuado de los vasos linfáticos aferentes. En la literatura se ha descrito una incidencia del 0,5-10% de pacientes tratados mediante prostatectomía radical que presentan linfoceles pélvicos (LPS) sintomáticos en el postoperatorio (1-3).

La linfadenectomía pélvica (LPA) se realiza frecuentemente de forma simultánea a la prostatectomía radical retropúbica (PRP) para determinar el estado de los ganglios linfáticos (4). El enfoque quirúrgico es indispensable, ya que hasta la fecha ningún estudio de imagen puede compararse con la ALP para detectar la presencia de metástasis (5,6). Sin embargo, este beneficio potencial debe sopesarse frente a la morbilidad y los costes adicionales asociados a la ALP.

Hasta donde sabemos, sólo hay unos pocos estudios actualizados que se centren en las complicaciones asociadas a la ALP después de la PRR. Por lo tanto, nos vimos impulsados a analizar retrospectivamente nuestros datos de SPL postoperatoria y los tratamientos correspondientes para determinar qué procedimiento podría ser el más eficaz.

MATERIAL Y MÉTODOS

Se recogieron los datos de 250 pacientes que se sometieron a PRR entre enero de 2005 y diciembre de 2007. Se realizó un seguimiento de los pacientes durante un mínimo de 6 meses.

Después de un PRR abierto se realizó de forma rutinaria una APL limitada o estándar. Nuestra linfadenectomía pélvica estándar incluía la disección y extirpación del tejido linfático desde el nivel de la vena ilíaca externa hasta el nervio obturador, extendiéndose proximalmente a la bifurcación de la arteria ilíaca común y distalmente al canal femoral proximal para incluir el ganglio de Cloquet. No realizamos una linfadenectomía pélvica extendida, que elimina el tejido linfático que rodea la vena ilíaca interna y la región presacra. Tras completar la cirugía, se colocaron dos drenajes de succión cerrados, cada uno de ellos lateralmente a la vejiga, en relación con la zona de disección de los ganglios linfáticos pélvicos. Todos los pacientes recibieron antibióticos perioperatorios y heparina de bajo peso molecular después de la PRR.

Para diagnosticar los linfoceles pélvicos realizamos de forma rutinaria una ecografía pélvica después de la PRR y la APA. Los estudios ecográficos pélvicos se realizaron como procedimiento estándar durante los primeros 10 días después de la PRR al menos tres veces en cada paciente. En las pacientes en las que se encontraron linfoceles pélvicos, realizamos controles ecográficos diarios para comprobar la progresión o la resolución de las colecciones líquidas. Los linfoceles pélvicos se definieron como una colección de líquido pélvico de más de 50 mL tras la extracción del drenaje. Se diagnosticó linforrea persistente (PL) cuando la salida del catéter superaba los 50 mL diarios después de 3 días de la intervención. En estos casos, se realizaron análisis microbiológicos de las colecciones de líquido pélvico. Las colecciones de líquido con niveles de creatinina similares a los del suero se trataron como linfoceles. Se realizaron cistogramas para distinguir entre una fuga anastomótica y un linfocele. Se realizaron estudios Doppler de las extremidades inferiores en todos los pacientes con signos y/o síntomas de linfoceles complicados que comprimían las venas ilíacas. En los linfoceles pélvicos complicados con o sin infecciones, se realizó una TC o una RMN.

Los síntomas de esta colección dependían del tamaño y de la presencia de infección. Las pacientes con LPS pueden presentar una masa pélvica visible o palpable. Los síntomas o signos pueden ser el resultado de una compresión venosa que da lugar a un edema unilateral de la pierna, dolor en la pierna y trombosis venosa profunda. La fiebre y los escalofríos deben sugerir la existencia de linfoceles pélvicos infectados secundarios.

Los linfoceles pélvicos y los linfoceles pélvicos uniloculares se evaluaron controlando el drenaje de líquido por día (≤ 50 mL/día o ≥ 50 mL/día) o el tamaño tras la extracción del drenaje (≤ 50 mL. o ≥ 50 mL), respectivamente.

Las opciones de tratamiento también dependían de otros factores como la posición, las loculaciones y la recurrencia de las colecciones. Los linfoceles uniloculados no infectados (NUL) se trataron principalmente mediante drenaje percutáneo con catéter (DPC) con o sin escleroterapia adicional. Los linfoceles multiloculados no infectados (LNL) y los linfoceles persistentes después del DPC con o sin escleroterapia se trataron mediante linfocelectomía laparoscópica (LL).

Los LPS se trataron inicialmente con DPC. El drenaje percutáneo se realizó tras la inserción de un catéter pigtail de 8 a 14F utilizando la guía ecográfica. El catéter se suturó en su lugar y se registró la salida diaria. La resolución de la acumulación de líquido se determinó mediante la ecografía de seguimiento y los síntomas clínicos.

El PL se trató inicialmente con escleroterapia adicional durante un máximo de 10 días consecutivos. La escleroterapia se llevó a cabo con doxiciclina (40 mg/día) instilada a través del drenaje (drenaje después de RRP o drenaje después de drenaje percutáneo) utilizando una técnica aséptica. La recidiva del linfocele tras un ciclo de escleroterapia no se trató con un segundo intento utilizando estos agentes esclerosantes. Si esta terapia fracasaba, ocluíamos el drenaje durante 24 horas para controlar, con ecografía, el tamaño de la colección linfática. Retiramos el catéter cuando la colección se mantenía igual y no aumentaba. En estos casos con crecimiento del tamaño de la cavidad linfática, así como con recidiva del linfocele o con PL tras PCD y escleroterapia realizamos una LL.

La linfocelectomía laparoscópica se realizó según lo descrito por McCullough et al. utilizando una técnica de 3 o 4 puertos según el abordaje fuera uni o bilateral (7).

La laparotomía abierta sólo se realizó en raros casos con linfocele persistente tras el fracaso de los abordajes percutáneos y/o laparoscópicos, y también en complicaciones importantes de los linfoceles pélvicos como infecciones, abscesos o hemorragias agudas tras el uso de otras técnicas.

RESULTADOS

Tres cirujanos experimentados realizaron 250 RRP con PLA limitada. La mediana del número de ganglios linfáticos extirpados fue de 12,5 (r: 1-42).

Cincuenta y dos pacientes (tasa global: 21%) tuvieron linfoceles pélvicos subclínicos tras la PRR (rango de volumen ecográfico: 50-300 mL). Cuarenta pacientes desarrollaron linfoceles unilaterales y sólo 12 bilaterales. Treinta pacientes (23 unilaterales/7 bilaterales) (tasa global: 12%) desarrollaron LPS. En 15 casos, después de la DPC, se produjo una resolución espontánea de los síntomas y fueron tratados con la vigilancia ecográfica habitual. Los quince pacientes restantes presentaban PL y fueron tratados con DPC y escleroterapia en 7 casos. Otros 3 pacientes fueron tratados con éxito mediante LL después de que fracasara una combinación de CPD y escleroterapia. En otros 4 casos se realizó una LL tras el fracaso de la DPC sin escleroterapia. En un solo paciente realizamos una laparatomía abierta debido a un linfocele complicado infectado (Tabla-1).

Los pacientes con NUL que fueron sometidos a DPC y escleroterapia como tratamiento de primera línea tuvieron una mayor tasa de éxito en comparación con los que tenían un NML (80% frente al 16%, respectivamente) (Tabla-2).

El 27% de los pacientes que fueron tratados inicialmente con DPC con o sin escleroterapia tenían un PL. Todos ellos (100%) fueron tratados con éxito con marsupialización laparoscópica y extracción de drenaje intraoperatorio.

También observamos que aquellos pacientes tratados con éxito con CPD y escleroterapia adyuvante requirieron días adicionales de tratamiento para eliminar la linforrea persistente en comparación con los tratados inicialmente con LL (media de 9.5 días de tratamiento frente a 1 día, respectivamente).

En un pequeño grupo de pacientes (n: 4) tras realizar la DCP no instilamos agentes esclerosantes en la cavidad linfática. En estos casos decidimos realizar directamente la LL debido a una linforrea persistente. En todos estos pacientes obtuvimos buenos resultados sin recidivas de linfoceles tras este abordaje.

Se realizó una laparotomía abierta debido a un absceso como complicación mayor de un linfocele secundario infectado sintomático. Tras la extirpación de la infección la paciente no tuvo más complicaciones.

Como complicación mayor hubo 2 pacientes (tasa global: 0,8%) que desarrollaron una trombosis venosa profunda y un edema de pierna. No se observó la presencia de émbolos pulmonares ni en la radiografía ni en la gammagrafía.

En nuestros datos se observó una alta incidencia (21%) de linfoceles subclínicos tras la APA y la PRR. Sin embargo, nuestra tasa fue inferior a la obtenida originalmente cuando se consideró cualquier linfocele detectado sonográfica o radiográficamente (rango: 27-61%) (8,9). A pesar de una incidencia del 21%, en el presente estudio la tasa global de LPS clínicamente significativos después de la EPL y la PRL fue del 12%. Esta observación coincide con los resultados descritos por otras series (3,10-12). Pepper (3), Solberg (8) y Campbell (10) informaron de linfoceles sintomáticos o clínicamente significativos en el 3,5%, 2,3% y 1,6% de los pacientes, respectivamente.

Otra consecuencia relevante de los linfoceles es la incidencia significativamente mayor de reintervención. En nuestro estudio aproximadamente el 50% de todas las reintervenciones realizadas en pacientes con prostatectomía estaban relacionadas con el manejo del linfocele. En un estudio reciente de Musch et al. estos autores describieron resultados similares (4).

Los linfoceles sintomáticos pueden tratarse inicialmente mediante DPC con o sin instilación de agentes esclerosantes, como tetraciclina, ampicilina, etanol, doxiciclina o povidona yodada (1,3). Si el linfocele no está localizado, se puede intentar una terapia esclerosante (13). Un linfocele multiloculado, como se muestra en nuestro estudio, tiene más posibilidades de recidiva con la escleroterapia debido a los múltiples quistes en la cavidad del linfocele.

Sin embargo, las tasas de recidiva del linfocele son elevadas: entre el 50 y el 100% (14) después de una simple aspiración y entre el 10 y el 15% (15) tras la terapia con esclerosantes. En nuestros datos encontramos recidiva del linfocele en el 27% de los pacientes tratados inicialmente con DPC con o sin escleroterapia. En nuestra experiencia la escleroterapia percutánea se asocia a una baja tasa de éxito y a una posible contaminación de la cavidad del linfocele. En el mejor de los casos, Teruel et al. (15) describieron el éxito de la escleroterapia utilizando el drenaje percutáneo con catéter a largo plazo y al menos dos instilaciones diarias del agente esclerosante durante una media de 25 días (hasta un máximo de 45 días). Contrariamente a este concepto, nosotros realizamos una escleroterapia de corta duración durante no más de 10 días consecutivos. Es posible que este tratamiento a corto plazo, una vez al día, sea la causa de una mayor recurrencia del linfocele en nuestros datos en comparación con otros estudios.

Sin embargo, el tratamiento a largo plazo de la EPC para lograr mayores tasas de éxito, nos impulsó a utilizar con más frecuencia la marsupialización laparoscópica del linfocele, que tuvo éxito en todos los pacientes. En la literatura se ha informado de más del 90% de éxito tras la marsupialización peritoneal (3,16). Los linfoceles pélvicos parecen ser idóneos para el drenaje mediante técnicas laparoscópicas. La pared abultada de la cavidad del linfocele suele ser fácilmente visible por laparoscopia. No realizamos habitualmente una omentoplastia durante la linfocelectomía laparoscópica. Las desventajas de esta técnica incluyen la necesidad de una anestesia general y el trauma quirúrgico en comparación con un enfoque percutáneo. Sin embargo, consideramos que un menor requerimiento analgésico, una hospitalización más corta y una recuperación más rápida son ventajas para realizar con mayor frecuencia la laparoscopia y, por lo tanto, este enfoque debería considerarse como la terapia estándar para un linfocele sintomático no infectado cuando la escleroterapia percutánea falla como tratamiento de primera línea. Sugerimos que cuando el LPS persiste, habiendo intentado previamente un procedimiento no invasivo, entonces después de un corto período de tiempo se debe realizar un enfoque de drenaje intraperitoneal laparoscópico para evitar una infección secundaria de la cavidad del linfocele o un tiempo prolongado sin éxito de la terapia no invasiva.

La recurrencia poslaparoscópica justifica la marsupialización quirúrgica abierta con o sin omentoplastia (13).

Los linfoceles infectados sintomáticos requieren una vigilancia meticulosa por imágenes (control por ecografía o tomografía computarizada) y una terapia más invasiva si se producen complicaciones importantes como septicemia, fiebre ≥ 39,5°C, progresión de un linfocele infectado o absceso. En algunos casos puede intentarse la CPD. En cuanto a estas complicaciones, algunos estudios siguen siendo controvertidos. Hay estudios que informan de una alta tasa de recidiva después de realizar el drenaje percutáneo, mientras que otros autores informan de buenos resultados. Creemos que se debe realizar un abordaje percutáneo en pacientes estables y con un linfocele infectado localizado y controlado. Si este abordaje fracasa debe realizarse una técnica abierta.

Aunque realizamos una APA limitada en lugar de una técnica extensiva en todas las pacientes de nuestro estudio, obtuvimos una mediana significativamente alta de ganglios linfáticos pélvicos (mediana de 12,5 ganglios linfáticos por APA). Según otros estudios, el riesgo de linfocele es significativamente mayor a medida que aumenta el número de ganglios linfáticos extirpados (1). Esto podría explicar posiblemente nuestra mayor incidencia de linfoceles pélvicos en comparación con otros datos.

Sospechamos que en algunos pacientes el uso de 2 drenajes de succión cerrados en lugar de un drenaje sin succión puede haber aumentado la incidencia de linfoceles pélvicos reportada en nuestro estudio. Sin embargo, deberían realizarse más estudios para confirmar esta sospecha.

Otro promotor de linfoceles en nuestra población de estudio podría haber sido la administración perioperatoria estandarizada de heparina en dosis bajas para la profilaxis de tromboembolismo, de acuerdo con las directrices de la Asociación Alemana de Sociedades Científicas Médicas. Bigg y Catalona (17), y Tomic et al. (18) identificaron las dosis bajas de heparina como un factor que provoca un aumento de la secreción linfática y una mayor tasa de formación de linfoceles. En nuestros pacientes la heparina se administró exclusivamente por vía subcutánea en la parte superior del brazo para evitar el aumento de la secreción linfática en la pelvis (19).

CONCLUSIONES

La aspiración percutánea simple debe utilizarse sólo con fines diagnósticos cuando esté indicada.

En nuestra experiencia el drenaje percutáneo con catéter con escleroterapia se asocia a una baja tasa de éxito, a la necesidad de un largo período de tratamiento para lograr el éxito y a la posible contaminación de la cavidad del linfocele. Sin embargo, la DPC con escleroterapia podría intentarse en pacientes con linfoceles sintomáticos no localizados como tratamiento de primera línea.

Nuestros datos sugieren que la linfocelectomía laparoscópica parece ser segura y eficaz, con una mínima morbilidad postoperatoria y una baja tasa de recurrencia. Por lo tanto, si el drenaje percutáneo con catéter, con o sin escleroterapia, fracasa como tratamiento de primera línea, debe considerarse la marsupialización laparoscópica del linfocele pélvico en un plazo breve. En algunos casos específicos, como en los linfoceles multiloculados, debe considerarse la linfocelectomía laparoscópica como tratamiento de primera línea en los centros en los que se dispone de este tipo de experiencia.

Cuando los linfoceles infectados se drenan externamente, debe realizarse un drenaje externo percutáneo o abierto con una cobertura antibiótica adecuada.

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Correspondencia a:
Dr. Adrián Treiyer
Hospital St. Antonius
Departamento de Urología
Dechant-Deckers Str. 8
Eschweiler, 52249, Alemania
Correo electrónico: [email protected]

Aceptado tras revisión:
20 de diciembre de 2008

COMENTARIO EDITORIAL

El artículo es un excelente trabajo clínico y debería ser leído por todos los clínicos que realizan linfadenectomías pélvicas porque demuestra la buena práctica clínica teniendo en cuenta el manejo de los linfoceles pélvicos. Nosotros compartimos una experiencia similar con el tratamiento laparoscópico de los linfoceles y preferimos este tratamiento por su eficacia casi universal e inmediata.

Dr. Darko Kröpfl
Departamento de Urología
Kliniken Essen Mitte
Essen, Alemania
Correo electrónico: [email protected]

COMENTARIO EDITORIAL

Los autores merecen un elogio por este estudio retrospectivo tan interesante sobre la aparición de linfoceles después de una prostatectomía radical con linfadenectomía pélvica asociada. La ocurrencia de 21% (52 pacientes) de linfoceles detectados por ecografía abdominal, de los cuales 12% (30 pacientes) con linfoceles sintomáticos, es superior a la media reportada en la literatura en los últimos años (1), lo que probablemente es un reflejo de una definición más estricta adoptada por los autores en lugar de una mayor ocurrencia en comparación con lo obtenido por otros autores.

La utilización del drenaje laparoscópico fue relativamente baja – 7 casos -, todos con buena evolución, lo que es coherente con la experiencia previamente publicada sobre el tratamiento laparoscópico de los linfoceles resultantes del trasplante renal (2).

Los autores sugieren que el drenaje sin aspiración (con drenaje de Penrose) podría ser mejor que los drenajes tubulares. Esta es la impresión subjetiva de algunos cirujanos, pero hay que demostrarlo.

Algunos autores han publicado buenos resultados sin drenaje tras prostatectomía radical abierta o robótica (3,4). Sostienen que la colocación rutinaria de un drenaje pélvico puede no ser necesaria. Esta es una cuestión interesante que debe investigarse.

1. Pepper RJ, Pati J, Kaisary AV: The incidence and treatment of lymphoceles after radical retropubic prostatectomy. BJU Int. 2005; 95: 772-5.

2. Castilho LN, Ferreira U, Liang LS, Fregonesi A, Netto Jr NR. Linfocele post trasplante renal: tratamiento videolaparoscópico: informe de cinco casos y revisión de la literatura. Braz J Urol. 1997; 23: 17-22.

3. Araki M, Manoharan M, Vyas S, Nieder AM, Soloway MS: A pelvic drain can often be avoided after radical retropubic prostatectomy–an update in 552 cases. Eur Urol. 2006; 50: 1241-7; discusión 1246-7.

4. Sharma S, Kim HL, Mohler JL: Drenaje pélvico rutinario no necesario tras prostatectomía radical abierta o robótica. Urology. 2007; 69: 330-3.

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