La peste bubónica es uno de los tres tipos de peste. Es el resultado de la infección por la bacteria Y. pestis. Lo más habitual es que el Y. pestis se propague a través de pulgas infectadas que viven en animales pequeños.
Los síntomas incluyen fiebre, dolor de cabeza y vómitos. Las personas infectadas suelen presentar bubones, que son hinchazones dolorosas en los ganglios linfáticos de la axila, el cuello y la ingle. Si la infección no se trata, las bacterias pueden entrar en el torrente sanguíneo, causando una peste septicémica.
Desde allí, Y. pestis puede llegar a los pulmones, causando una peste neumónica secundaria.
En los EE.UU., la primera línea de tratamiento consiste en antibióticos intravenosos – generalmente gentamicina y fluoroquinolonas. El tratamiento suele durar entre 10 y 14 días.
Aunque la peste bubónica tiene una reputación temible, los profesionales sanitarios consideran que la peste neumónica es más contagiosa porque puede propagarse más fácilmente a través de la tos.
Al igual que en Estados Unidos, China no experimenta muchos brotes de peste. El último brote importante se produjo en la meseta tibetana en 2009. En 2014, en la ciudad china de Yumen, las autoridades acordonaron amplias zonas tras una única muerte causada por la peste bubónica.
En 2010-2015, hubo 3.248 casos de peste en todo el mundo. Estos casos provocaron 584 muertes.
Aunque cada muerte es una tragedia, comparar estas cifras con las de otras afecciones las pone en perspectiva. Por ejemplo, se calcula que en todo el mundo mueren 59.000 personas al año a causa de la rabia.
Aproximadamente 130 personas mueren por sobredosis de opiáceos cada día en EE.UU., y alrededor de 150 personas mueren cada día a causa de la gripe y la neumonía.
En conclusión, aunque la palabra “peste” nos produzca escalofríos, este último brote no es motivo de pánico.