En el Ártico, el cambio climático ha sido uno de los principales temas debatidos por los medios de comunicación, los investigadores, los habitantes del Ártico y los responsables políticos durante más de una década. Los impactos del cambio climático en los medios de vida y las culturas de los pueblos indígenas de la región están en el centro de este discurso. A medida que la región se calienta a una velocidad dos veces superior a la media mundial (IPCC, 2013), muchos cambios ya son visibles y se exigen acciones de adaptación o están en curso. Sin embargo, una comprensión superficial de las realidades del Ártico, así como respuestas simplistas o ingenuas, pueden conducir a estrategias ineficaces, resultados adversos y a copiar los fracasos políticos del pasado.
El cambio climático pone a los pueblos del Ártico en el punto de mira
Tras la reciente publicación del informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) “Climate Change 2014: Impactos, adaptación y vulnerabilidad”, cabe esperar que se preste una renovada atención al cambio climático en el Ártico y a los retos a los que se enfrentan los habitantes de la región. El informe no introduce una nueva comprensión de los problemas y desafíos en el Norte en comparación con lo expuesto hace una década en la “Evaluación del Impacto Climático en el Ártico” (ACIA, 2004 y 2005) del Consejo Ártico, pero subraya el aumento de la confianza respecto a los impactos del cambio climático en el Ártico.
Durante muchos años, en particular desde la publicación de la ACIA, el Ártico ha sido considerado como un “canario en la mina de carbón” en relación con el cambio climático global y sus impactos, ya que la región es la primera en verse afectada. Los mínimos consecutivos de hielo marino en el Ártico (en 2007 y 2012) resuenan con especial fuerza en la imaginación del público y proporcionan una prueba tangible del cambio global. Dentro de esa imagen de la región, los pueblos indígenas, en particular las comunidades inuit de la costa norteamericana, se han convertido en un ejemplo de lo que el calentamiento significa para los seres humanos.
El lugar de los pueblos indígenas del Ártico en el discurso sobre el cambio climático se ha visto reforzado por las acciones de los líderes indígenas. En 2005, los inuit, bajo los auspicios de la Conferencia Circumpolar Inuit (ahora conocida como Consejo Circumpolar Inuit, desde 2006), presentaron una petición a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en la que afirmaban que Estados Unidos había violado los derechos humanos de los inuit (a la vida, la alimentación y la cultura, entre otros) al abstenerse de tomar medidas para disminuir las emisiones de CO2 de Estados Unidos (“Petición…”, 2005). Recientemente, el Consejo Athabascan del Ártico ha dado un paso similar, acusando a Canadá de violar los derechos de los Athabascan debido a la contaminación atmosférica, incluido el carbono negro, que se considera otro importante impulsor del cambio climático en el Ártico debido a su efecto sobre el albedo de la nieve/hielo. Además, las organizaciones y comunidades indígenas participan activamente en proyectos de investigación o en las instancias de gobernanza que abordan el cambio climático, como el Consejo Ártico (Koivurova y Heinämäki, 2006).
La situación de los pueblos indígenas del Ártico es especialmente llamativa porque, siendo ellos mismos marginados, habitan en los Estados más desarrollados, algunos de los cuales -Canadá, Rusia y Estados Unidos- se encuentran entre los mayores emisores de CO2. Aunque son ciudadanos de Estados ricos, su nivel de vida suele estar por debajo de las medias nacionales y, como dijo Elspeth Young (1995), se les puede considerar el “tercer mundo en el primero”. Aunque se espera que los futuros impactos del cambio climático se sientan en mucho mayor grado en las latitudes del sur -donde millones de personas se ven afectadas por las sequías, la escasez de agua, los efectos en la producción de alimentos, las olas de calor, los fenómenos meteorológicos extremos, etc. – las comunidades del Ártico se consideran las primeras en “soportar el calor” y las primeras que tendrían que adaptarse a los cambios del medio ambiente. Por ello, los retos a los que se enfrentan las comunidades del Ártico se utilizan en el debate público para subrayar la urgencia de actuar. En consecuencia, los investigadores han prestado mucha atención a la comprensión de los impactos, la vulnerabilidad y la capacidad de adaptación de los pueblos del Ártico. Cada vez se hace más hincapié en las acciones y estrategias de adaptación que ya están en marcha.
Comunidades vulnerables e impactos en los medios de vida
Los impactos identificados son numerosos. Muchas comunidades indígenas del Ártico se caracterizan por tener sistemas económicos mixtos, en los que la economía formal o monetaria, basada en el empleo y las transferencias públicas, se combina con la economía informal, de subsistencia, ya que parte de la alimentación y el vestido se origina en la caza o la pesca (AHDR, 2004; Nuttall, 2002). Ambos componentes son cruciales para la vida de las comunidades remotas, no sólo en términos económicos. La recolección o el pastoreo de renos constituyen el núcleo de la cultura y las relaciones sociales. El retroceso del hielo marino -un icono del calentamiento del Ártico- tiene implicaciones para los medios de subsistencia. Muchas comunidades costeras del Ártico dependen de las especies árticas, cuya distribución depende del hielo marino. El hielo es indispensable para el transporte y los cazadores ya no pueden confiar en sus conocimientos y experiencia tradicionales a la luz de las cambiantes condiciones del hielo. Si a ello se suma la erosión costera y las mareas de tempestad, los efectos en las comunidades del Ártico pueden ser dramáticos, con la probable necesidad de una costosa reubicación de algunos asentamientos (ACIA, 2005; Ford et al., 2010; Hovelsrud y Smit, 2010). La aldea de Kivalina, en Alaska, es quizá el ejemplo más conocido de una comunidad afectada hasta tal punto por la erosión costera, cuya reubicación se espera que cueste alrededor o más de 100 millones de dólares. Los cambios en los ecosistemas oceánicos, como el calentamiento de las aguas o la actualmente acentuada acidificación de los océanos, pueden influir en la distribución de las especies marinas y afectar a las personas que se dedican a la pesca.
Los problemas a los que se enfrentan las comunidades costeras son quizás los más vívidos para el público mundial. Sin embargo, esa concentración en los problemas típicos de los inuit, aunque comprensible, ha ocultado a menudo los impactos observados y previstos en los sistemas socioambientales terrestres y en otros pueblos del Ártico. Los cambios en la capa de nieve y el deshielo del permafrost tienen, en muchos lugares, mayores consecuencias que el retroceso del hielo marino. Los medios de vida tradicionales, como el pastoreo de renos -un medio de vida emblemático del Ártico en toda Eurasia-, se enfrentan a desafíos al verse afectada la disponibilidad de alimentos para los renos. En algunos lugares, el transporte invernal depende de las condiciones de la nieve y del hielo de los lagos y ríos. El descongelamiento del permafrost es un problema para muchas comunidades, ya que las viviendas y el suministro de agua, pero también los oleoductos y gasoductos o las carreteras, pueden estar en peligro (ACIA, 2005). El fenómeno del reverdecimiento del Ártico y el desplazamiento hacia el norte de las zonas de los ecosistemas (CAFF, 2013) reconfiguran el paisaje que constituye la base de los medios de subsistencia del Ártico. Los impactos en los medios de vida no se limitan a las propias actividades de subsistencia, ya que tienen implicaciones para la viabilidad de los conocimientos ecológicos tradicionales indígenas, la identidad del grupo o la transmisión intergeneracional de la cultura. Los investigadores también destacan los riesgos para la salud humana relacionados con la aparición en el Norte de especies invasoras y enfermedades transmitidas por vectores.
Realidad compleja: Múltiples presiones, impactos indirectos y alta resiliencia
El panorama de cambios presentado anteriormente es sin duda alarmante y algo predominante en el discurso público, si no ya en el de la investigación. Sin embargo, también es excesivamente simplista y es probable que produzca una imagen distorsionada de la realidad y conduzca a políticas mal concebidas. En primer lugar, el cambio climático es sólo uno de los múltiples factores de estrés que afectan a las comunidades indígenas del Ártico, y en la mayoría de los casos no es el dominante. En segundo lugar, los impactos directos sobre la recolección y las infraestructuras no son las únicas implicaciones del cambio climático. En tercer lugar, las comunidades del Ártico se caracterizan por una resiliencia y una capacidad de adaptación bastante elevadas al entorno del Ártico, caracterizado por la variabilidad natural (Arctic Resilience Interim Report, 2013), y los pueblos indígenas no deberían considerarse víctimas indefensas del cambio climático, los avances industriales y las políticas estatales.
Moerlein y Carothers (2012) caracterizaron la situación actual de los pueblos indígenas como una vida en un “entorno total de cambio”, que incluye presiones económicas, medioambientales, sociales, culturales y de gobernanza. La globalización y la modernización económica y cultural siguen siendo un factor clave de cambio, que afecta a las comunidades indígenas a través de su dependencia del apoyo gubernamental, la demanda mundial de recursos del Ártico, así como la disponibilidad (y el coste) de los bienes indispensables no sólo para los estilos de vida modernos, sino también para las actividades tradicionales en las que se utilizan tecnologías modernas. Los pueblos del Ártico siguen sufriendo el legado de las políticas coloniales, la marginación, la pobreza y la discriminación estructural en cuanto al acceso a la educación o la atención sanitaria. El acceso y la propiedad de las tierras y aguas tradicionalmente ocupadas o utilizadas sigue siendo una cuestión crítica en todo el Norte circumpolar, con la competencia por la tierra de los desarrollos industriales o de infraestructuras. En las últimas cuatro décadas, se han concluido una serie de acuerdos sobre reclamaciones de tierras en América del Norte; Groenlandia obtuvo el estatus de autogobierno; y en Fennoscandia, los sistemas legales se han abierto cada vez más a los derechos territoriales indígenas (por ejemplo, la Ley de Finnmark de 2005 en Noruega). Sin embargo, muchas cuestiones siguen sin resolverse. Además, los nuevos regímenes de regulación y cogestión -nacidos de difíciles negociaciones y equilibrio de intereses y valores divergentes- establecieron complejos marcos de gobernanza, poniendo a prueba las capacidades de las comunidades indígenas (Huntington et al., 2012).
Los impactos directos destacados sobre los medios de vida indígenas no son las únicas consecuencias del cambio climático para los pueblos del Ártico. Las nuevas oportunidades económicas -como la apertura de las rutas marítimas del Ártico, la mejora del acceso a los recursos petrolíferos, gasíferos y minerales, o el aumento de la producción en la silvicultura- son fácilmente aceptadas por los Estados árticos y las principales empresas. Aunque la evolución prevista es más bien moderada y está impulsada, en gran medida, por la demanda mundial de recursos y no por el cambio climático (EUAIA, 2014), constituye una presión adicional sobre los medios de vida indígenas. Sin embargo, hay lugares en los que las comunidades indígenas, especialmente cuando han obtenido el control de sus tierras, pueden estar a favor de los desarrollos industriales, ya que los consideran una fuente de recursos necesaria para hacer frente a los cambios sociales, económicos y medioambientales. Del mismo modo, el turismo constituye en muchos lugares una actividad económica crucial, aunque suponga un riesgo de comercialización de las culturas indígenas. El cambio climático puede afectar al turismo de forma positiva (por ejemplo, facilitando el acceso de los cruceros a lugares más remotos) o negativa (actividades turísticas de invierno que dependen de las condiciones de la nieve), influyendo así en las economías de las comunidades.
Las acciones de mitigación del cambio climático son percibidas por los investigadores y los líderes indígenas como algo que tiene ciertos impactos negativos en las comunidades indígenas, especialmente en lo que respecta a la inducción de desarrollos de energías renovables. Por ejemplo, la producción de biocombustibles puede aumentar los ya elevados precios de los alimentos en las comunidades remotas del norte. Las inversiones en energía eólica e hidroeléctrica pueden tener impactos en los medios de vida, como el pastoreo de renos. Además, los grupos indígenas pueden verse afectados por las medidas de mitigación, como la protección de las especies recolectadas, cuyas poblaciones se ven afectadas por el cambio climático. El reciente debate en el seno de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres sobre la prohibición (hasta ahora infructuosa) del comercio internacional de productos de la caza del oso polar es un buen ejemplo (véase, por ejemplo, Tauli-Corpuz y Lynge, 2008). La caza tradicional contribuye poco a la disminución de la población de osos polares, pero habría constituido una de las actividades humanas más afectadas por una medida dirigida, de hecho, principalmente a mitigar los impactos del cambio climático. Los portavoces indígenas hacen hincapié en lo injusto de la situación en la que los pueblos que menos contribuyen al calentamiento global no sólo se encuentran entre los más afectados por sus impactos, sino que también se ven desproporcionadamente afectados por las políticas de mitigación del cambio climático.
Las comunidades árticas y los sistemas socioambientales de los que forman parte se caracterizan por una gran resiliencia: son capaces de conservar su identidad y sus características básicas en el contexto del cambio. Forbes et al. (2009) muestran que vivir de la tierra significa un proceso continuo de negociación de la propia posición en un entorno cambiante y que la adaptación es una parte crucial de la vida en el Ártico, no necesariamente una catástrofe. En el último siglo, los pueblos indígenas se han adaptado, a menudo con éxito, a una profunda transformación de su modo de vida y se han visto expuestos a nuevos marcos jurídicos, económicos, sociales, políticos y culturales, a menudo ajenos. Sin embargo, el Arctic Resilience Interim Report (2013) advierte que los sistemas socioambientales del Ártico pueden estar alcanzando los límites de sus capacidades de adaptación cuando se tienen en cuenta todas las diversas presiones y cambios. Las acciones de adaptación que podrían haberse llevado a cabo hace un siglo (por ejemplo, la reubicación o el cambio parcial de los medios de vida) son a menudo imposibles, muy difíciles o extremadamente costosas. Los asentamientos modernos del Ártico están dotados de elaboradas infraestructuras, y el reasentamiento es muy controvertido desde el punto de vista cultural y político, en parte debido a las experiencias pasadas de reubicación forzada o semi-forzada (AHDR, 2004; Pearce et al., 2010).
Caminos arriesgados de las políticas de adaptación
Ante el peligro de llegar al punto de sobrepasar la resiliencia de las comunidades, los investigadores hacen un llamamiento a los Estados y a las autoridades locales para que planifiquen y apliquen estrategias de adaptación. Las acciones propuestas son numerosas y pueden incluir el apoyo a la transmisión de los conocimientos ecológicos tradicionales y la formación en el uso de tecnologías modernas, el apoyo financiero a las actividades tradicionales, la mejora de las capacidades de búsqueda y rescate, y la mejora de la vigilancia de los cambios (Ford et al., 2010; Pearce et al., 2011; Tennberg, 2012). Estas estrategias de adaptación deben ser dinámicas, ajustarse continuamente a las condiciones cambiantes y basarse en los conocimientos tradicionales y la participación de los afectados por los impactos del cambio climático. También deberían abordar un espectro más amplio de problemas sociales y económicos.
Diseñar respuestas que se caractericen por estas cualidades es ya un gran reto, pero incluso así las políticas de adaptación siguen siendo problemáticas. Existe una paradoja en el hecho de que, mientras la capacidad de adaptación de las comunidades indígenas ha disminuido por la dependencia de las transferencias públicas, el asentamiento permanente y el uso de tecnologías modernas (Bone et al., 2011), estas mismas soluciones tecnológicas, de ingeniería y de políticas públicas se presentan como acciones de adaptación propuestas (Cameron, 2012). Existen riesgos relacionados con la introducción, también por parte de los propios grupos indígenas, de narrativas de crisis o lenguaje de resiliencia. Los investigadores también comparan la adaptación propuesta con intervenciones benévolas, similares a las que experimentaron las comunidades indígenas en el pasado.
Como la difícil situación de los pueblos indígenas vulnerables se utiliza para hacer que la ciencia climática técnica y abstracta sea tangible y moralmente relevante, las narrativas de la resiliencia y la crisis están cargadas de matices morales y retórica emocional (Bravo, 2009). Se considera que los discursos sobre la vulnerabilidad consolidan la victimización de las comunidades indígenas (Lindroth, 2011; Niezen, 2003). Por lo tanto, no es de extrañar que los pueblos indígenas se sientan a menudo incómodos al ser presentados como poblaciones al borde de la extinción y el colapso cultural.
Cameron (2012) señala que la comprensión de la indigeneidad en el contexto de la adaptación al clima se limita a las nociones de “local” y “tradicional”. Esto puede excluir a los grupos indígenas de los debates sobre temas como la soberanía, la militarización, las industrias extractivas o el transporte marítimo, percibidos como ajenos a los asuntos “locales y tradicionales” en los que la voz de los pueblos indígenas y sus conocimientos tradicionales se aceptan como válidos.
Existe el peligro de que las políticas de adaptación se conviertan en una nueva forma de intervención estatal, normalmente de carácter neoliberal, basada en el mercado y técnica. Las preocupaciones económicas dominan el debate (Moerlein y Carothes, 2012) y los riesgos se construyen como manejables y gobernables (Tennberg, 2012). Las nociones de crisis y urgencia pueden conducir a acciones de adaptación que se asemejan a la tutela y, de forma inconsciente, a formas de pensar coloniales (Cameron, 2012; véase, por ejemplo, Li, 2007). Los retos medioambientales, si se presentan como problemas técnicos, podrían ser objeto de indicaciones de expertos. Las cuestiones con carga política (como los legados coloniales) pueden quedar desatendidas al situarse fuera de esos enfoques técnicos. En el pasado ha sucedido con frecuencia que los expertos externos se han atribuido la condición de interesados y administradores en relación con los recursos, la gobernanza y el medio ambiente del Ártico (Bravo, 2009; Nuttall, 2002; Cameron, 2012). Bravo (2012) destaca incluso el peligro de que surja una nueva industria lucrativa de analistas de riesgos y adaptación al cambio climático, que se asemeje a la conocida industria de desarrollo de becarios de IR en el Sur Global.
Empoderamiento: Una respuesta no tan sencilla
Afrontar estas peligrosas políticas de adaptación conectadas requiere una mayor participación de los grupos indígenas y un auténtico empoderamiento de las comunidades del Ártico. En el mejor de los casos, esto podría ofrecer a la gobernanza del Ártico un pasaje bastante seguro entre la necesidad de políticas de adaptación activas y el peligro de un nuevo intervencionismo y paternalismo estatal. Sin un compromiso participativo unido a la creación de capacidades, los esfuerzos de adaptación pueden resultar mal concebidos, ineficaces o costosos, o convertirse en una continuación de la tutela colonial. Por lo tanto, las deliberaciones sobre las opciones políticas deben comenzar con las necesidades, las perspectivas y la percepción de los pueblos indígenas. El empoderamiento debe referirse también a cuestiones difíciles como la autodeterminación, o las tierras y los recursos, y no sólo a los aspectos técnicos de la adaptación al clima.
La aplicación de los derechos indígenas basada en los instrumentos internacionales existentes (como el Convenio de la Organización Internacional del Trabajo sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes de 1989 y la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de 2007) es uno de los elementos clave de ese proceso de empoderamiento. La condición de titulares de derechos da a los pueblos indígenas una posición más fuerte que la de uno de los múltiples interesados. La mencionada petición inuit de 2005 a la CIDH es un buen ejemplo. Aunque formalmente no tuvo éxito, llamó la atención sobre los problemas a los que se enfrentan los inuit, los enmarcó en un poderoso lenguaje de derechos y afectó al discurso sobre el cambio climático y los pueblos del Ártico durante los años siguientes.
Sin embargo, el empoderamiento tampoco es un simple remedio para los problemas relacionados con la vulnerabilidad y la adaptación al clima. La sobrecarga de consultas/participación ya se ha convertido en un problema en algunos lugares, ya que las comunidades y sus dirigentes deben participar en múltiples procedimientos de toma de decisiones. Además, los resultados de estos esfuerzos participativos son a menudo poco claros, lo que conduce a la frustración más que al empoderamiento. A la hora de diseñar los procedimientos de toma de decisiones hay que tener en cuenta un equilibrio entre la posibilidad real de consultar a los grupos indígenas y las capacidades de estos actores (Huntington et al., 2012). La descentralización tampoco es una vía directa para mejorar la situación social, política y económica y, por consiguiente, para mejorar las políticas de adaptación. Las experiencias de mala gestión y políticas cuestionables durante la creación del territorio canadiense de Nunavut en 1999 son un ejemplo de ello (véase, por ejemplo, Loukacheva y Garfield, 2009).
Estas numerosas limitaciones no significan que las acciones sean imposibles o estén destinadas a ser ineficaces. Toda política de adaptación conlleva un riesgo de fracaso o puede tener resultados negativos no deseados. Sin embargo, mientras se tomen en serio los impactos del cambio climático, mientras se trate a los grupos indígenas con respeto como socios, titulares de derechos y comunidades culturalmente distintas, y mientras los retos del cambio climático no se separen del “entorno total del cambio”, existe la posibilidad de que las estrategias de adaptación sean eficaces y justas y de que la situación de los indígenas del Ártico, al contribuir al discurso global, pueda desempeñar un papel en la intensificación de los esfuerzos de mitigación.
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La región ártica alberga una serie de pueblos indígenas con diversos antecedentes culturales, sociales, económicos e históricos, como los inuit de Rusia, Alaska, Canadá y Groenlandia; los aleutianos; los nativos norteamericanos (athabascanos, gwitch’n, métis); los sami de Fennoscandia; y numerosos grupos de Rusia (por ejemplo, Chukchi, Eveny, Evenky y Nenets).
Este artículo se basa en el capítulo “Arctic Indigenous Peoples and the Challenge of Climate Change” de A. Stepien, T. Koivurova, A. Gremsperger y H. Niemi en Arctic Marine Governance: Opportunities for Transatlantic Cooperation (E. Tedsen, S. Cavalieri & R. Kraemer, eds.; Dordrecht: Springer, 2014). El autor agradece a los coautores del citado capítulo y especialmente al profesor Timo Koivurova (Centro Ártico, Universidad de Laponia) sus comentarios y sugerencias.
Las lecturas adicionales sobre las relaciones internacionales electrónicas
- Cambio climático, geopolítica y futuros árticos
- Compensación hidroeléctrica y relaciones cambiantes entre la naturaleza y la sociedad en Laos
- Cambio climático, Adaptación y teoría de las relaciones internacionales
- Opinión – La política de la Antártida
- La ONU como enemigo y amigo de los pueblos indígenas y la autodeterminación
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