El pensador idealista
Radhakrishnan decidió explorar su propia tradición con más detalle y escribió su tesis de maestría, La ética del Vedanta (1908), en parte para refutar el prejuicio occidental de que el Vedanta afirmaba de forma simplista la naturaleza “ilusoria” (maya) del mundo y carecía de contenido y poder éticos.
Al mismo tiempo, Radhakrishnan descubrió que no podía ignorar las supersticiones paralizantes que dominaban las instituciones sociales hindúes y la vida de las masas como rasgos integrales de sus compromisos religiosos más profundos. Algunos de sus maestros occidentales más sensibles le animaron a seguir investigando en la filosofía hindú para sondear su potencial innovador y universal. Encontró muchas cosas en la filosofía occidental -especialmente en los idealistas y en la obra de Henri Bergson- que eran tangentes a la validación hindú, y específicamente vedántica, de la intuición mística y la espiritualidad del universo.
Radhakrishnan estaba convencido de que la empresa filosófica no debe limitarse a proporcionar una verificación y un análisis racionales, sino que debe ofrecer una visión profunda y transformadora del contenido espiritual de la existencia en sus dimensiones personales e históricas, como antídoto a los valores deshumanizadores cada vez más predominantes en la civilización occidental. Para Radhakrishnan, la fuerza única del Vedanta era su validación del esfuerzo espiritual personal para una penetración más profunda en el significado de la vida misma.
Radhakrishnan combinó este compromiso con un enfoque humanista sobre la necesidad de un cambio y una reforma social que medió en parte por una reinterpretación de las formas y textos religiosos hindúes tradicionales. Su traducción e interpretación de la Bhagavad Gita (Canción del Señor) se esfuerza por orientar las instituciones hindúes tradicionales (por ejemplo, el sistema de castas) hacia valores “democráticos”. Demostró ser capaz de llevar a cabo esta tarea sintética, potencialmente incómoda, haciendo hincapié en los aspectos más profundos de la filosofía hindú, que trascienden intrínsecamente las formas históricas y sociales provisionales asociadas al hinduismo normativo. Algunas de sus otras obras importantes -Una visión idealista de la vida y Las religiones orientales y el pensamiento occidental- y sus comentarios académicos sobre materiales vedánticos también están marcados por un distintivo humanismo “de este mundo” singularmente impregnado de misticismo vedántico.
Hay un énfasis psicológico igualmente poderoso en gran parte de la obra de Radhakrishnan sobre las consecuencias terapéuticas de la integración de la personalidad a través de la intuición de la relación esencial del yo con la fuerza sagrada de la que surgen todos los fenómenos. Y esto lo combina con una teoría de la historia que afirma que su dimensión más importante es la evolución de la conciencia espiritual humana. El misticismo hindú y las técnicas relacionadas con él no son, por tanto, modos de apartarse de la realidad, sino medios para fortalecer la autonomía personal, la capacidad activa de amar y la participación consciente en el desarrollo del destino del universo.
Esta perspectiva histórica evolutiva tuvo un marcado impacto en la interpretación de Radhakrishnan de la doctrina tradicional del karma (la acción, la ley de la retribución ética). El individuo es responsable no sólo de su propio destino dentro de una cosmología estática de transmigración personal, sino del bienestar de todos los hombres. Cada persona actúa (o no actúa) para promover las posibilidades futuras. De este modo, la salvación individual está ligada al destino de la humanidad y al objetivo último del propio proceso histórico. Aunque su concepto de “verdadera humanidad” está profundamente impregnado de la enseñanza vedántica, tiene varios modelos humanos concretos que encarnan su propio compromiso con las reformas que incorporan los valores occidentales dentro de la matriz más profunda de la espiritualidad hindú: son Rabindranath Tagore, Mohandas Gandhi y Jawaharlal Nehru. Para Radhakrishnan, estos paradigmas de la creatividad india moderna muestran una extraordinaria capacidad para sintetizar sistemas de valores contradictorios empleando los modelos místicos y ascéticos prístinos que se encuentran en el corazón del hinduismo. Teniendo en cuenta a estos hombres, afirma: “El hombre no es un espectador indiferente de un progreso inmanente a la historia humana, sino un agente activo que remodela el mundo para acercarlo a sus ideales”.
La comprensión que tiene Radhakrishnan del papel del yoga tradicional también está moldeada por este compromiso. Su objetivo es proporcionar un marco disciplinado que facilite el cumplimiento de las obligaciones mundanas al tiempo que refuerza continuamente la búsqueda universal de la perfección espiritual. El yoga hace al individuo más capaz de actuar en el mundo y de servir a sus semejantes.