A raíz de la masacre de Charlie Hebdo, los libreros franceses recurren a uno de sus grandes filósofos, Voltaire, en busca de ilustración y quizás de Ilustración. La editorial Gallimard va a imprimir 10.000 ejemplares más de su Tratado de la Tolerancia, que fue blandido por los participantes en las manifestaciones del 11 de enero en París. En el tratado, Voltaire se pronuncia a favor de la tolerancia de las creencias religiosas, reservándose el derecho de argumentar enérgicamente contra ella, y denunciando el fanatismo religioso de todo tipo. “La tolerancia no ha provocado nunca una guerra civil; la intolerancia ha cubierto la Tierra de carnicerías”.
Voltaire era el seudónimo de François-Marie Arouet, nacido en 1694: filósofo, novelista, dramaturgo, alborotador integral y virtuoso del ridículo igualitario. Desde principios del siglo XX, también está condenado a ser citado erróneamente por quienes lo utilizan como arma en la guerra de la libertad de expresión. En realidad, nunca escribió “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”; esta excelente formulación fue, más bien, obra de su biógrafa inglesa, Evelyn Beatrice Hall (que también utilizó un seudónimo: SG Tallentyre), quien la utilizó para describir su “actitud” en su biografía de 1906, Los amigos de Voltaire.
En una biografía anterior se menciona otro bon mot, que Voltaire probablemente sí dijo, en respuesta al mismo asunto. Al oír que el libro de un filósofo rival había sido condenado por las autoridades a ser quemado en público, Voltaire bromeó: “¡Qué alboroto por una tortilla!” (Una espléndida defensa de espaldas.) Mientras tanto, la instrucción “Écrasez l’infâme!” (“Aplastad lo infame”), firmada en muchas de sus cartas, se convirtió en una especie de eslogan personal contra los abusos clericales.
Después de todo, él mismo no era ajeno a los problemas con las autoridades, y no podía evitar provocarlos. La temprana publicación de un poema satírico en el que acusaba al duque de Orleans de mantener relaciones sexuales con su propia hija le llevó, no de forma totalmente imprevisible, a pasar por la Bastilla. Pero Voltaire supo sacar provecho de su encarcelamiento: allí adoptó su nombre de pila (o quizás de guerra) y escribió su primera obra de teatro, Oedipe, un riff sobre la tragedia sofoclea.
Su obra más famosa sigue siendo Cándido, una ficción en la que el joven héroe titular se inicia en los misterios del optimismo filosófico. Se trata de una sátira de las teorías filosóficas del gran matemático Gottfried Wilhelm Leibniz, a quien se caricaturiza inmortalmente en sus páginas como un tal profesor Pangloss -de ahí nuestra palabra “panglossiano”-. Todo es para bien en este, el mejor de los mundos posibles, insiste Pangloss. Sin embargo, al final del libro, el propio Cándido no está tan seguro, como tampoco lo están, muy probablemente, los que ahora leen a Voltaire por primera vez.
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